No basta con ser rosa.
Llega el décimo mes con sabor a otoño que pinta la naturaleza de colores extraordinarios y de igual manera a las redes sociales, centros médicos, supermercados y demás lugares que quieran recordar, con el color que se ha dotado para identificar a lo femenino, el rosa, y con ello reconocer a Octubre como el mes destinado a llevar la campaña de sensibilización sobre el cáncer de mama.
No obstante esto no ha servido de mucho, este padecimiento sigue engrosando las estadísticas ya que la mayoría, tanto de hombres como de mujeres, acuden al médico cuando el cáncer ya se encuentra en una etapa avanzada.
Visualizo este tipo de campañas como la mayoría de las marchas que no tienen un impacto profundo porque solo se logra una conciencia temporal, con pocos cambios sustanciales quedándose en la memoria de corto plazo y de ahí, al olvido.
Para que la prevención no se quede en una efímera campaña sino como una forma de vida hay que cambiar las bases y no hay mejor manera de lograrlo que la educación.
Como ejemplo de ello recordaré el terremoto del 85 en México, a raíz de esta tragedia que vivió nuestro país surgió un cambio en la cultura de la prevención y se comenzaron a implementar los simulacros tanto en oficinas como en escuelas, como una herramienta con la finalidad de educar a la población sobre la manera de actuar en caso de que se presente un sismo. Por ejemplo, los niños en la mayoría de las primarias, conocen las señales que se les da a través de un timbre o una campana y con ello siguen las instrucciones para evitar en la medida de lo posible la pérdida de vidas por una mala organización. Son tan frecuentes los simulacros en los centros escolares que los alumnos ya actúan con conciencia, calma y eficiencia que, cuando ocurra un sismo, estos niños estarán capacitados en un accionar responsable, evitando con ello, daños mayores.
Así, como funcionan los simulacros como medidas de prevención ante un sismo, que no se sabe cuándo se presentará, deben funcionar las medidas de prevención y sensibilización sobre el cáncer de mama en las bases de la educación escolar.
Los niños y niñas desde la secundaria deberían saber la importancia del reconocimiento y llevarlo a cabo haciendo una especie de simulacro en el que ellos se autoexploren con el objetivo de convertirlo en un hábito en su vida que no solo abarque octubre y con eso quede en su memoria de largo plazo.
Asimismo, es importante hacer conciencia que no solo las niñas son rosa, que el cáncer de mama les puede dar a todos por igual ayudando con ello a ampliar la conciencia colectiva. Quizá, ya es tiempo de quitarle el color rosa a la distinción de la campaña de sensibilización del cáncer de mama y elegir un color que sea incluyente.
De igual forma, es importante destacar el papel que la ciencia tiene para comprender los mecanismos de esta enfermedad, mejorar los tratamientos y su prevención y con ello, apoyar a la investigación por un bien social dando una esperanza para el futuro.
No obstante esto no ha servido de mucho, este padecimiento sigue engrosando las estadísticas ya que la mayoría, tanto de hombres como de mujeres, acuden al médico cuando el cáncer ya se encuentra en una etapa avanzada.
Visualizo este tipo de campañas como la mayoría de las marchas que no tienen un impacto profundo porque solo se logra una conciencia temporal, con pocos cambios sustanciales quedándose en la memoria de corto plazo y de ahí, al olvido.
Para que la prevención no se quede en una efímera campaña sino como una forma de vida hay que cambiar las bases y no hay mejor manera de lograrlo que la educación.
Como ejemplo de ello recordaré el terremoto del 85 en México, a raíz de esta tragedia que vivió nuestro país surgió un cambio en la cultura de la prevención y se comenzaron a implementar los simulacros tanto en oficinas como en escuelas, como una herramienta con la finalidad de educar a la población sobre la manera de actuar en caso de que se presente un sismo. Por ejemplo, los niños en la mayoría de las primarias, conocen las señales que se les da a través de un timbre o una campana y con ello siguen las instrucciones para evitar en la medida de lo posible la pérdida de vidas por una mala organización. Son tan frecuentes los simulacros en los centros escolares que los alumnos ya actúan con conciencia, calma y eficiencia que, cuando ocurra un sismo, estos niños estarán capacitados en un accionar responsable, evitando con ello, daños mayores.
Así, como funcionan los simulacros como medidas de prevención ante un sismo, que no se sabe cuándo se presentará, deben funcionar las medidas de prevención y sensibilización sobre el cáncer de mama en las bases de la educación escolar.
Los niños y niñas desde la secundaria deberían saber la importancia del reconocimiento y llevarlo a cabo haciendo una especie de simulacro en el que ellos se autoexploren con el objetivo de convertirlo en un hábito en su vida que no solo abarque octubre y con eso quede en su memoria de largo plazo.
Asimismo, es importante hacer conciencia que no solo las niñas son rosa, que el cáncer de mama les puede dar a todos por igual ayudando con ello a ampliar la conciencia colectiva. Quizá, ya es tiempo de quitarle el color rosa a la distinción de la campaña de sensibilización del cáncer de mama y elegir un color que sea incluyente.
De igual forma, es importante destacar el papel que la ciencia tiene para comprender los mecanismos de esta enfermedad, mejorar los tratamientos y su prevención y con ello, apoyar a la investigación por un bien social dando una esperanza para el futuro.
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